domingo, 19 de octubre de 2014

POEMAS DE ANA PÉREZ CAÑAMARES

SOY LISTA como un ángel
los segundos previos
a escribir el poema.
En el poema soy prudente:
cada verso un tablón
para cruzar el abismo.
Lejos del poema soy torpe
y los recuerdos no traen sabiduría
sino imágenes talladas en granito.
No vuelo, ni ando, ni me hundo.
Escribo palabras como barandillas.
Me asomo desde ellas y no me caigo.




LOS VIEJOS que van en zapatillas por la calle
como si el mundo fuera un pasillo
y todos los caminos, el camino de la alcoba al baño.
Nos miran sin entender para qué o para quién nos vestimos
por qué nos acicalamos para ir al matadero.




POCOS SABEN que tengo otra hermana.
El azar nos separó al nacer.
Yo mamaba la leche de mi madre
mientras ella se secaba al sol.
Cuando perforaron mis orejas
ella recibió la ablación del clítoris.
Follé con hombres y sufrí por todos;
a manos de uno solo se quebró ella.
Me separé, lloré, abandoné mis sueños.
Ella murió unas cuantas veces
bajo piedras, ácido, sida y malaria.
Su cuerpo se deshizo y se recompuso.
En una o dos ocasiones fue feliz de morir.
Mi hija creció; mi hermana murió en el parto.
Años después parió una niña y se la quitaron.
Yo veo mi cuerpo envejecer; ella no tiene espejo.
Me pongo cremas antiarrugas
pero toda ella es un surco.
Yo hago listas de lo que le duele:
pero ella es la que administra su dolor.





A MIS GATAS yo les doy agua
ellas me traen rumores de selva
y belleza indómita.
Les doy comida
ellas libertad irrenunciable
pactos de respeto entre especies.
Les doy calor
ellas ponen límites a mi arrogancia
cuando intento traducirlas.
Les doy caricias
ellas enseñan astucia de samuráis.
Les doy cobijo
a las embajadoras de lo lejano y posible.
Al final un arañazo para dejar bien claro
que la ternura no es una mercancía.




ESTOY en el lugar donde fuiste a morir
aunque no conozca el cruce exacto
y no importa, yo sé que el nombre de este pueblo
está guardando tu muerte.
Nunca he visitado tu tumba ni sé dónde está.
Hablé con una de tus hermanas y me contó
que nos recordaba perfectamente
bailando una canción lenta con los ojos
cerrados, mirando hacia nuestro futuro.
Así que sé que en alguna parte estamos vivos y juntos
desafiando las leyes de la vida y la muerte
en una casa nuestra levantada en la memoria.
En un rincón de tu ataúd aún se yergue el instituto
hay un partido de baloncesto que nunca termina
nos cogemos borracheras sin resaca
y sigo teniendo tentaciones de romper aquel vaso
y rasgarme la muñeca, para parar el futuro
que un día nos separará.
Estaremos juntos siempre, me dijiste.
De alguna forma, era cierto.
Mi adolescencia fue la tuya.
Está tan muerta como tú, impresa en la piel
como un libro que no habrá que leer nunca más
porque los dos lo conocemos
palabra por palabra.




HABÍA un placer frenético
en tirarlo todo por la borda:
cuando veía salir del baño
a mis amantes, cubiertos
por los albornoces de mis novios.
Cuando era la graciosa de las fiestas
segando dignidad y cosechando resacas.
De cada droga pedía ración doble.
Yo sólo quería bailar con el caos
dejar de temer las regañinas
más terribles en mi voz que en la de otros.
Quería venganza por haber comprendido
al fin que ningún libro de instrucciones
iba a guiarme por los atajos.
Y lo quemaba todo, y disfrutaba al verlo arder;
sólo comprendía que seguía habiendo un juicio
cuando el fuego llegaba a los bajos de mi falda
y me condenaba a bailar con pasos ridículos.
Todos reían convencidos de que aquel
era el momento culminante de mi gran actuación.
Ahora, de vez en cuando, visito en el asilo
a la suicida que fui. Le llevo fotos de mi hija
y me da recuerdos para amigos que ya no veo.
Gracias a aquella, soy esta:
la que conoce el precio de los peajes.




ES TARDE, y estamos solos en la playa.
Llegan unas gaviotas y toman posesión
del lugar que les pertenece.
Bajo la voz, ralentizo mis gestos
no quiero hacer nada que las moleste.
Ellas me miran como se mira
a esa gente extremadamente amable
de la que tampoco hay que fiarse.




ANOCHE me dicté
el mejor poema del mundo.
Era una nana
un manifiesto
un discurso de bienvenida
un homenaje
una canción de amor
un réquiem
el pistoletazo de salida
para la revolución.
Era capaz de aniquilar
en un verso
y de resucitar
en el siguiente.
Pero olvidé escribirlo
y ahora soy la misma persona
escribiendo sobre la impotencia.



LOS PLATOS que me regaló mi madre
están ya deslucidos y pasados de moda.
Cuando hacemos limpieza
nos miran como enfermos agonizantes
que no entienden qué queremos de ellos.
Pero son los platos que me regaló mi madre
que ya nunca volverá a regalarme
nada.
Si un día nos decidiéramos a tirarlos
intentaré escuchar su voz en mi cabeza:
“las cosas, hija, son sólo cosas“.
Mi madre no está en un plato.
Mi madre está en el pan que como.


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